miércoles, 28 de marzo de 2012

ABALORIOS POETICOS: Mundo alucinante

ABALORIOS POETICOS: Mundo alucinante: Algunos días amanezco Queriendo continuar un sueño Pero estos huyen sin dejar rastros Otros, en vertical instancia Del reposo me invitan...

miércoles, 14 de marzo de 2012

Pecado mortal




A pesar de que por años no lo veía, siempre hubo un lugar para él en mi corazón.
Sabía que se llamaba José Luis, que había venido de San Juan para estudiar matemática en la universidad local, que tenía una sonrisa muy seductora y que como todo lo que es prohibido, atrae irremediablemente.
Solía pasar por mi casa a diario para ir a la Universidad. Había como un intercambio de miradas que me inquietaban, pero yo aún estaba en la primaria…Dios decidió que prematuramente a los 9 años, me hiciera señorita, lo que significó un corte abrupto con la niñez.
-Tal vez por esto hasta ahora, necesite personalizar con stikers infantiles mis agendas, mis celulares y hasta mi notebook- medito ahora.
Esa circunstancia que me tomó tan de sorpresa, que creí estar enferma y al borde de la muerte, me llevó a ser calmada y tímida, a diferencia de chicas de mi edad. Esa actitud de recato, de ingenuidad y huidiza mirada, aunque no me diera cuenta, atraía al sexo opuesto.
Mi cuerpo empezó a cambiar y mientras todas mis amigas jugaban despreocupadas, yo llevaba certificados médicos de un pediatra y un ginecólogo para no participar de las clases de gimnasia y obviamente de los agotadores desfiles cívicos.
Encorvé mis hombros, vendaba mi pecho para no ser tan diferente al resto de mi clase, apagué mi sonrisa y viví en una permanente dicotomía que mi mente en formación, no logró asimilar.
Por eso, es imposible olvidarlo. El marcó cierto punto de inflexión entre lo prohibido y lo posible, entre lo fantasioso y la realidad, entre la infancia que debía dejar y la adolescencia forzada que debía aceptar.
Hoy supe que me llevaba ocho años, que en la madurez son cifras que pasan desapercibidas, pero entonces no. Mi madre me advirtió que era muy grande para mí, cuando me descubrió espiando su paso cotidiano, entre las cortinas de encaje mostaza de nuestro living.
Una niña de 14 años de entonces, con un universitario de 22, era casi un pecado mortal. Aunque no sabía cuantos años había entre ambos, si estaba segura que difícilmente llegaría a algo con él.
Cuando empecé a salir con mi hermana mayor, nos rodeaban chicos de su edad, pero mis padres, pendientes de ambas, nos buscaban siempre a la salida de las fiestas de estudiantes.
Intuía que no me acercaría a él jamás, que ni siquiera le conocería su voz, que no podía explicarle a nadie ese extraño sentimiento que me quitaba el sueño, sin miradas perversas, pero si con una carga de ternura incontrolable y a la vez utópica.
Yo me inquietaba cuando me enteraba que invitaban ‘universitarios’ a las fiestas que hacían en casas de familia y buscaba un sitio para estacionarme, cerca de la puerta de entrada, pero con una salida cerca para huir si llegaba. Era una mezcla indefinida de temor, con un sentimiento desconocido de deseo por verlo.
Cierta noche, mis padres accedieron a llevarnos a mi hermana y a mi, a una fiesta en un salón que por entonces era el más concurrido. Tenía el cabello largo hasta la cintura, como ahora coincidentemente.

Después supe que este detalle le encantaba, como mis ojos verdes, mi mirada huidiza y pensaba que en mi, había un halo de misterio que él quería descifrar, sin saber mi edad ni las abismales diferencias que por esta causa, eran imposibles de sortear en esos tiempos.
Aguardé pacientemente en un lugar que creí el más adecuado, por horas. Mis amigas querían llevarme a un sitio más concurrido, donde había chicos que reclamaban con quien bailar.
Nada me interesaba más que verlo y tener esa única oportunidad de cruzarme con él, de estar más cerca, sin la cortina encaje color mostaza en el medio.
Pasaron las horas, entraron otros ‘universitarios’ con aire de ganadores, pero él no aparecía.
Mis padres, amigos de los propietarios del salón, controlaban de lejos nuestros pasos y a la vez, nos avisaron que debíamos regresar porque era muy tarde.
-No puede ser- pensaba y decidí bajar las escaleras para ver si por allí estaba en la puerta conversando como hacían varios.
Con esa torpeza que aún me acompañaba, baje casi corriendo, hasta llevarme por delante el objeto de mis insomnios. Nunca nos habíamos hablado, nunca habíamos estado frente a frente y quedamos paralizados, mirándonos. Él había preguntado por mi y nunca falta alguien que habla de más y le dijo cuantos años tenía. Fue la única vez en mi vida que deseaba ser mayor.
Se acercó y el paso del tiempo no me permite recordar textualmente ese breve diálogo, pero si el concepto. Consideraba que era muy niña para él, dejándome indefensa ante un hecho irremediable.
Pasaron los años. Cada uno de los dos bifurcamos nuestras vidas, formamos nuestras familias pero en algún punto nos volveríamos a encontrar.
Pasábamos unos días de vacaciones en las sierras mi esposo, yo. Como en aquella escalera, de golpe lo videscubrí, acompañado de mucha gente y niños, mientras me asomaba para ver la furia del agua debajo de un puente.
Allí estaba él, ocho años mayor que yo, solo que ya no se notaba, pero cada uno estaba viviendo otra historia.
Nos saludamos brevemente y otra vez, cada uno siguió por su camino.
Al poco tiempo, el perdió a su esposa después de padecer una larga enfermedad, dejando cuatro pequeños y un hombre solos. Como una venganza a la vida, llenó su agenda de salidas furtivas e intrascendentes. En ese trayecto, alguien que yo conocía y que convivía con otra persona, fue ingresando clandestinamente en su vida.
Yo regresaba de Buenos Aires, desencantada con tres pequeños y muchos problemas para resolver.

Cumplía años una hermana de mi padre y su hijo que era mi ginecólogo, le hacia una fiesta en un club. Una reunión linda, ruidosa y divertida.
Yo sabía que él estaría allí. Amigo de mi primo y de su mujer también, sentí mariposas en mi corazón.
Esta vez, no solo podíamos saludarnos, sino que la familia intentaba actuar como intermediaria de manera encubierta, para que al fin, nos diéramos esa segunda oportunidad que la vida nos debía a ambos.
Ni recuerdo los diálogos que supongo eran del presente de cada uno. Pero si que uno de mis primos, en medio de una desenfrenada alegría, empezó a arrojar gente a la pileta y todos lo disfrutaban, a pesar de que estaban demasiado elegantes para un chapuzón.
Cuando era niña, en una casa de campo de la tía cumpleañera, estaba aprendiendo a nadar. Pero en Mar del Plata cierta vez ingresé con bandera roja al mar y casi me devora. Entendí que debía respetar al agua y nunca más aprendí a nadar.
Fugazmente pensaba eso y ya me encontraba en el fondo de la enorme pileta, intentando salir desesperada. Esa sensación de nuevo, de escuchar a alguien gritar que no sabía nadar y sentir que alguien me sacaba y salvaba mi vida, fue terrible.
Aguanté estoicamente bromas y preocupaciones en simultáneo, hasta que como todo tiene su fin, ofreció llevarnos a mi madre y a mí.
Estaba aún empapada y así le dejé el asiento de su auto. Mi madre subió al departamento y ambos supimos que al fin llegaban esos minutos esperados toda una vida.
Al día siguiente, salimos a tomar algo y al siguiente y al siguiente y nuestros hijos se conocieron, aunque yo aseguraba que solo éramos amigos.
Siempre juntos, hasta mis compañeros de trabajo nos ayudaban a encontrarnos en horas de la siesta.
A veces, me esmeraba en mis arreglos para salir algún sábado y venía el más pequeño de sus hijos a pedirme un jugo de pomelo en su cama, alquilaban una película y nos quedábamos compartiendo unas horas. Otras partíamos al cine ambos con siete chicos, o al campo con los que en ese momento querían ir.
Ya no era salir, era estar juntos, intentando ser felices.
Un hecho inesperado me hizo recapacitar y decidí terminar con esa hermosa historia. Sus varones menores, cometían fechorías de estudiantes y yo era intermediaria para evitar reprimendas y penitencias fastidiosas. Una de ellas, no la logré asimilar y decidí alejarme.
Evitaba los lugares comunes y con una férrea voluntad, poco a poco fue desapareciendo de mi vida…pero jamás lo olvidé.
Miro una y otra vez el diario. No puedo creer que ahora su nombre esté allí, me cercioro y leo el nombre de sus hijos a quienes quería entrañablemente.
Y tal como esa vez que quedé absolutamente muda ante su presencia, hoy quedo igual ante su ausencia.
Puede tener muchos homenajes o no por su partida. Tal vez ya este en los brazos de es mujer que amó, que le dio una familia maravillosa y que al igual que en aquellos años, debo vivir este momento en silencio, con la reflexión única de que a ese hombre del que solo me separaban ocho años, formó parte de una de las historias más bellas de mi vida.
A él le escribí el poema ‘Amigos’, aunque el me dijera que no me consideraba su amiga, sino que era algo más que eso y que publiqué varios años en el diario donde trabajaba. No importa, pueden confluir dos afectos diferentes hacia una misma persona sin necesidad de calificaciones.
Escribo y siento un vacío enorme dentro de mí. Aunque nuestra historia al final, se consolidó a medias, yo me alejé de él, cambié mis rutinas, conocí nuevos amigos y caminaba cuadras de más, con tal de no pasar por su puerta y que mi corazón traicionero regresara por su ternura.
Amerita en silencio, como cuando lo veía pasar por la puerta de mi casa, regalarle estas líneas.
Siento la necesidad de reavivar la fuerza de un sentimiento que fue tan real como intenso, con este poema que tantos elogiaron y que él nunca conoció por mi maldita timidez.
Aún con el diario a mi lado, hurgo mis papeles para encontrar la copia de uno de mis mejores poemas, publicado en uno de mis libros. Allí reflejo sin miedo ni timideces lo que sentía por ese hombre que siempre aparecía en mi vida, hasta que pudimos concretar ese sueño que hoy ha llegado a su fin definitivamente.
Ya he tenido otra despedida similar, sin abrazos ni fúnebres presencias. Solo lágrimas ocultas, porque la vida sigue adelante. Y no es tan fácil continuar sabiendo que ya no volveremos a vernos más.
Tal vez, cuando decida este año publicar mi libro, si Dios me lo permite, se perpetúe este ‘él y yo’, entre las mejores páginas de mi intensa vida.
Pero como yo se solo de este presente, pondré este relato y el poema que le escribí, en uno de mis blogs, aquél que comparto con poca gente, enviando a un puñado de amigos vía e-mail lo que necesito expresar y que estará tal vez siempre oculto, como el inmenso amor que sentí por ese hombre, que me llevaba ocho años y que dejo huellas imborrables en mi vida.



‘Descripción del amor’


Publicado en el libro ‘Portales de Plata’

Entre tus brazos, todo,
Candidez, fuego y vida
Donde mueren los sauces
Sus llantos de verano
Si el encuentro furtivo
Es campestre y salvaje.

También es tea ardiente,
Es sosiego y es calma,
Mañanas despuntando
Al filo del invierno
Y siestas calcinantes
De abandono a tus manos.

Entre tus brazos, todo…
El viento en las montañas,
El crepúsculo herido
Y el sueño entrelazado,
Tañido de campanas
En la aldea lejana,
Cuando te pienso lejos
Y el corazón te llama.

Dormiremos un día
Al iniciar la aurora
Y un crujir de chicharras
Perfile nuestra tarde,
Un perfume a jazmines
Trepará por la alcoba
Para detenerse justo
La par de tu sombra.

Ascenderá la noche
En la ciudad entera
Cuando yo, a tu abrigo
Me bañe en primaveras,
Una canción temprana
Vendrá desde muy lejos,
Anunciando una noche
De magia y poesía.

Te miraré sumando
Los años de recuerdos,
Para reunirlo todo
En un intenso beso.
Explotarán colmenas
En nuestros tibios cuerpos
Y un eterno verso
Surcará nuestro cielo.

Entre tus brazos, todo…
El mar, las caracolas,
Océanos de nubes
Y piélagos sin nombre.
Pensarte por las calles,
Desandar mis tristezas,
Encontrarle sentido
A otro tiempo, sin prisas
Y cargar con sonrisas
Asumido mi otoño.

Silenciosa me quedo
Alborando la vida,
Nutriendo mis coloquios
En mi bella provincia.
He de escucharte siempre
Y te diré al oído,
Que doy gracias al cielo
De haberte conocido.


Texto y poema:María Evelia Pérez Nicotra
Pintura: WEB Maya Green